A menos de 100 días de iniciado el segundo gobierno de Enrique Peñalosa en la ciudad de Bogotá, se vienen repitiendo de manera violenta disturbios en el sistema TransMilenio el cual es la mayor huella que nuestro alcalde le ha dejado a la ciudad (incluido el escándalo de corrupción de las losas de la Caracas que todavía desangra nuestras finanzas).
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Hace dos días Peñalosa señaló a quienes se emputaron en la Avenida las Américas y expresaron su rabia ante la vulneración de su dignidad como saboteadores profesionales, que rayan con el terrorismo. ¡Ojo!, Gustavo Petro hacia esa clase de señalamientos contra muchos disturbios en TransMilenio en su administración, pero no siempre respondió con el ESMAD, es recordado el cabildo abierto que celebro en el portal de Suba por ejemplo como canal de dialogo para intentar resolver el problema con la gente.
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Afirmación que implica que la gente se dedica a eso como modo de vida y coordino sus acciones para que tuvieran impacto en términos de generar terror en la ciudadanía. La administración y el aparato mediático que lo respalda señalan a Gustavo Petro como el líder de la revuelta y a Hollman Morris como su principal escudero. Ojala fuera tan sencillo señor alcalde.
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Primero, es claro que la violencia es relativa pero si más fácilmente manipulada por los agentes del orden. Señalar de criminales a quienes protestan es el primer paso para des legitimar sus razones ya que la gente no se pregunta por los motivos del criminal. Si la protesta se hubiera desarrollado de manera pacífica, seguramente la controversia sería menor o no hubiera tenido mayor impacto, cuestión que no justifica la destrucción de la propiedad privada (porque afirmar que el TransMilenio es de la ciudad es una mentira) pero definitivamente la explica, entre otras cosas porque no estarían leyendo sobre esto si hubiera sido de otra manera. La historia nos enseña que las protestas pacíficas no tienen mayor impacto político o social, ya que los dueños de los micrófonos, los lentes de las cámaras o los dueños de las imprentas no escuchan (de manera voluntaria o no, eso es otra discusión) a quien no genera impacto mediático.
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Peñalosa al igual que con el bloqueo que se generó hace unas semanas en la Autopista Norte por el asesinato de la señora Rubiela Chivará por el sistema de salud que tenemos, respondió con su garrote (Escuadrón Móvil Antidisturbios) y al parecer lo seguirá haciendo como en su primer gobierno hace ya 17 años. Lo democrático es escuchar a la ciudadanía y establecer un plan concertado a corto, mediano y largo plazo en función de las demandas de la gente, lo que hace Peñalosa es tratar cualquier perturbación del “orden” como una cuestión de seguridad en términos policivos, en otras palabras tratar a la ciudadanía como enemiga del gobierno distrital.
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De pronto si Peñalosa dejara de gobernar para los de arriba y empezara a escuchar a los de abajo, empezaría la construcción del metro que dejo listo la pasada administración como eje fundamental del sistema de trasporte digno que nos merecemos en Bogotá. De pronto si Peñalosa fuera un gobernante liberal y democrático, empezaría a escuchar a la gente y no la dejaría llorando en la calle como paso con la señora vendedora de tintos que en la séptima lo enfrentó ante los atropellos repetitivos contra el gremio de vendedores ambulantes, que seguramente no pararan. Si de pronto Peñalosa no estuviera endeudado en términos políticos y económicos con los de arriba podría trasformar Bogotá para todas y todos y no recuperar Bogotá para esa misma rosca de siempre. Ojala Peñalosa no fuera Peñalosa, pero así es la “democracia” que tenemos.