La igualdad de género se ha constituido como discurso para superar la desigualdad entre hombres y mujeres. Con los procesos de industrialización y la demanda de mano de obra la mujer se introduce al mundo laboral remunerado, de este modo inicia una lucha hombro a hombro en la defensa de los derechos de la clase obrera.
Los problemas de la mujer, en este contexto, encontrarían solución con la solución de los de la clase obrera. Pero las cuestiones de las mujeres iban más allá de la condición de clase. El cuestionamiento de un modelo social y político basado en un orden patriarcal se hizo evidente y poco a poco el feminismo se apartó de la izquierda, para dar su lucha en solitario contra el patriarcado.
Este nuevo movimiento reivindico la incursión de la mujer de igual a igual en ámbitos de la vida pública que habían sido del monopolio de los hombres. Esta política de igualdad entre los géneros, en mayor o menor grado, ha conseguido algunos triunfos importantes, principalmente en los países industrializados. Tanto que en los discursos públicos no es muy común encontrar declaraciones cuestionando la igualdad entre los géneros, como un objetivo a conseguir. Quizá se ha vuelto lugar común el pensar que tanto hombres como mujeres tienen las mismas capacidades y por tanto se han de garantizar las mismas oportunidades o más bien que se ha de garantizar el acceso a las mujeres a las oportunidades de los hombres.
Dicha homogenización se estipula por derecho y poco a poco se fue materializando con el aumento de la participación de la mujer en el mundo del trabajo y en altos cargos de poder. De este modo las mujeres demuestran a los hombres y a la sociedad en general, sus capacidades e incluso llegan a sobreponerse a los hombres en algunas tareas, como aquellas que exigen un cierto nivel de desarrollo relacional.
Esta” feminización del trabajo” ha dejado a mujeres en puestos que antaño pertenecieron a hombres, pero la organización del sistema productivo en la empresa o las legislaciones laborales no han cambiado radicalmente ¿Acaso se han convertido en hombres las mujeres al entrar en un espacio masculino? o ¿Quizá estos espacios pensados a la medida de los problemas, capacidades y necesidades de los hombres no se han reestructurado a la medida de los problemas, capacidades y necesidades de la mujer? Quisiera pensar en la segunda opción, aunque no descarto el que las mujeres hayan asumido el rol de hombre en estos espacios de hombres.
En ningún momento quiero negar el papel de la mujer en la transformación de las relaciones al interior de estos espacios de trabajo, ni las transformaciones de la empresa pos-fordista. Lo que busco, es llamar la atención sobre las políticas de igualdad en el trabajo. Según Lia Cigarini (2006), las políticas de igualdad de género en la inserción laboral fracasaron al no reconocer la diferencia que llevó la mujer al mundo del trabajo y la diferencia entre hombres y mujeres frente al trabajo familiar no remunerado. Ignorar la asimetría de los sexos o reducirla a simple desigualdad es un error.
Este fracaso de las políticas de igualdad es evidente en los informes del DANE, en la Gran Encuesta Integrada de Hogares del último trimestre de 2011 sobre el mercado laboral por sexos, la tasa de ocupación para los hombres fue de 68,0% y de un 44,6% para las mujeres y el desempleo fue mayor en las mujeres con una tasa de un 14,4% frente al 8,7% para hombres. ¿Trabajan más los hombres que las mujeres o tenemos una estadística sexista que no reconoce el trabajo doméstico no remunerado dentro de la categoría de mercado laboral?
¿Cuál es entonces la apuesta en políticas de género en el trabajo? ¿Intentar equilibrar estos porcentajes para que emplead@s y desemplead@s sean proporcionalmente iguales? ¿Garantizar jornadas, sueldos y funciones iguales, dejando de lado los problemas, necesidades y deseos de las mujeres, negándoles su feminidad en un espacio hecho por y para los hombres?
Quizá podemos aventurarnos a pensar en una política del trabajo y una reorganización de la estructura productiva que reconozcan la diferencia sexual en términos de diferencia de necesidades, problemas y deseos. Una política del trabajo que no obligue a todos a tener las mismas posibilidades, si no que garantice que las posibilidades de hombres y de mujeres se pueden elegir o rechazar libremente.
Referencias
CIGARINI Lia; El doble si de las mujeres a la maternidad y al empleo; Traducido por RIVERA G María Milagros; En: DUODA Revista d’Estudis Feministes; Num 30 de 2006
http://www.dane.gov.co/index.php?option=com_content&view=article&id=125&Itemid=67
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